viernes, 2 de mayo de 2008

Callejones que no quieren tener salida



¿Quién crees que soy? ¿Piensas que soy digno de tus humillaciones, que merezco lo que me haces todo el tiempo? Es que tu crees que si. Crees que verdaderamente no siento y que puedes derramar sobre mi todo ese rencor que les tienes a otros. Siempre has creído que soy una especie de esponja absorbe errores, que me conformo con ese pequeño pedazo de ti que me ofreces, aún cuando sea el peor. Y ellos pueden quedarse con el merengue de ese lindo pastel.
¿Recuerdas cuando paseábamos por aquella calle y nos sorprendió esa lluvia tan fuerte en medio de la noche? En esa ocasión llorabas amargamente, y fui yo quien te ofreció su hombro para secar tus lágrimas y las gotas de esa sorpresiva lluvia. Y así lo hiciste, al menos unos pocos momento, hasta que decidiste que era mejor idea desvestirnos en mi departamento. No quise decir que no. No sabía como decirte que no. La luz de la lámpara se esfumó en cuanto toqué el switch, por aquello de que te avergonzaba tu propia desnudez. No me preocupaba, solo con tocarte me era suficiente. Tu piel era demasiado suave como para soportarlo, era inevitable el tocarte, no pude ver tu ombligo, pero lo imaginaba tan moreno como tu misma. ¿Acaso recuerdas lo que se escuchaba al fondo? Yo si, los coches por la ventana, dos pisos abajo, el sonido de la lluvia ya aminorada y lo que parecía ser una serenata a una vecina tan solo a una esquina de distancia, por aquellos callejones que, como yo, no quieren tener salida.
¿Puedes recordar lo que sucedió luego? Yo si, me hablaste de él, de lo mucho que lo amabas, pero al mismo tiempo y en igual medida lo odiabas. Cuando me di cuenta estabas llorando histéricamente, gritándome por nimiedades que no me incumbían. Aún así te tranquilizaba, o eso creía. Sabía que sentías culpa por haber estado con migo amándolo a él. Que más daba.
Yo solo quería estar ahí para ti, para levantarte cada vez que tropezaras, para darte ambas manos cuando necesitaras solo una, para sostenerte la cabeza y recogerte el pelo cuando el mundo te provocara nauseas y vomitaras de repulsión. Solías hacerlo, parecía que tenías una técnica para ello. Una táctica que incluía hacerlo cerca de mí.
Y es que en verdad creías que yo merecía lo que me dabas, como si no importara, como si no fuera nadie, solo carne, solo un bordón, un bastón rentado o un sustituto de servilleta. Se que realmente no he sido tan útil ni siquiera en ello, pero he intentado serlo, ¿sabes?
Ahora, luego de regresar con aquel imbécil y que de nuevo te ha tratado como basura vienes aquí, me pides consuelo, me pides de nuevo mi hombro, mis pañuelos, mi tiempo, mi cama, y esperas que te lo otorgue con la misma facilidad. ¿Qué te haz creído que soy? ¿Tu de que vas? ¿Crees, verdaderamente, que puedes venir y yo simplemente me ofreceré a cuidarte, a consolarte? ¿En verdad piensas que puedes humillarme así sin tomar en cuenta mi dignidad? ¿Sabes qué? Si piensas eso, aunque no me guste, aunque sea miserable, patético y humillante, tienes toda la maldita razón.
Soy eso, soy cualquier cosa que quieras de mí, una caricatura de mi mismo, un amigo de esos que puedes molestar a cualquier hora de la madrugada, como farmacia de descuentos, un amante de felpa, un confidente con honor para guardar secretos, confesionario samurai, un comediante para hacerte sonreír en la adversidad, como humorista estadounidense en la guerra de Vietnam, el único que podía arrancarte risas luego del llanto, soy el que se conforma con los pocos momentos que dedicas, no en mi, sino para ti conmigo. Soy también el saco para golpear, el lugar donde descargas tu ira contenida. Es simplemente que esas migajas que de ti obtengo son la única razón por la que sobrevivo y me conformo solo con verte.
Ven de una buena vez, terminemos con esto, dispárame si te hace sentir mejor, insultame cuando lo creas nescesario, ¡abrázame!

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