sábado, 20 de marzo de 2010

Cuéntale al putañero

Ya no te recuerdo. Las cosas eran diferentes, ahora ya no puedo recordarte. Tu rostro es un sueño, una vaga bruma de finales de marzo. Hoy el cielo canta himnos a mi soledad, el sabor del whiskey anega mi paladar y la atmósfera tiene un penetrante hedor a baños sucios y cigarros, y ya no soy capaz de recordarte. Apenas y podría, tomando en cuenta las pieles que frente a mí ejecutan danzas incesantes y licenciosas. Mi vista se distrae de ti en suaves bamboleos de glúteos anónimos. Y vuelan por entre el pilar central de esta que es mi catedral. Se arrastran en verticales precipicios cilíndricos con la sensualidad de una ágil serpiente –salamandras maquilladas.
Ya no te recuerdo. Te fuiste olvidando copa tras copa. Para cuando la diosa egipcia subió al altar de mis rezos amargos, tú no eras más que un sueño, un buen sueño del que una vez desperté. Eras polvo en mi ático o esos billetes en las pataletas de la extranjera que no volveré a ver jamás. Y mientras un purgatorio danza a mi alrededor, hay apenas rastros de cordura. “Mis zapatos están sucios”, surgió el pensamiento involuntariamente, revoloteando en mi realidad, cual voz en off que declara verdades absolutas. Siento como si hubiese sumergido mis manos en el inodoro (tal vez lo hice). Y siento tu voz como el eco de épocas póstumas. Ya no te recuerdo y no puedo recordar tampoco si olvidarte fue mi decisión o solo un reflejo involuntario de mi zozobrada alma. Tal vez esperé bastante, o fuiste tú la paciente y abnegada, la fotografía tan grande en mí que una vez rota cuesta tanto trabajo barrer los trozos, sin viento lo suficientemente fuerte para levantarlos, así que los mojo en whiskey antes de jalar la cadena.
Ella baila tallando sus pieles en mí erección, –palpitaciones fálicas– pero no siento placer alguno. Aún no puedo olvidar que ya no te recuerdo.