domingo, 17 de agosto de 2008

El dilema del Erizo


¿Porqué, si se que nos hacemos tanto daño, seguimos juntos? Es ilógico e imperdonable. Ya han sido muchas heridas e insultos los que nos hemos soportado mutuamente, pero ambos entendemos que, pese a todo, somos uno para el otro. Ella con sus ojos de gato y su personalidad arisca y megalómana, y yo con mis ojos pequeños y tristes y mi personalidad amable, humilde, rastrera. Nos encontramos como quien se encuentra la última moneda que le hacía falta para pagar el boleto para el tren rumbo al resto de su vida. No tiene sentido, nada lo tiene, eso es lo bello, eso es lo hermoso.
A pesar de que sabemos que nuestras ideas y personalidades chocan a menudo no estamos dispuestos a abandonarnos. Algunos ingenuos lo llaman amor, y otros, estupidez. A mi me agrada llamarlo embriaguez. Creo que ello lo define mejor. Ella está envenenada de mí y yo tengo su ponzoña recorriéndome las venas con una libertad que le he otorgado. No existe cura y si la hay no la beberíamos. No es que nos agraden las discusiones o los maltratos, pero, por lo menos en mi caso, no soportaría saber que un día ya no podré besarla por las mañanas, o que no la veré más en e la cocina preparando la cena y poder sorprenderla con una nalgada mientras agrega sal al guiso. Ahora ella se encuentra en el balcón, donde sale a fumar cuando se enoja con migo y yo escribo con un ardor en la cara, resultado de una bofetada que seguramente merezco. Nos espinamos cada vez más, mientras más nos acerquemos más daño nos provocamos, y el perjuicio nos une al lamer las heridas, uno del otro.
Me duelen sus lágrimas, y más cuando el culpable soy yo. Odio su llanto tanto como su orgullosa actitud de no dejarse consolar. Prefiere el frío de la cornisa y el sabor del humo, que el calor de mi abraso y el sabor del beso que ardo por darle. Pero, ¿quien quiere el consuelo del verdugo? Nunca es a propósito. Casi se acaba el whisky de mi vaso.
Miriam vuelve pero no me dirige la vista. Me levantaré y la abrazaré, le diré al oído que todo estará bien, y si intenta zafarse, la abrazaré más fuerte. Aunque tal vez nos espinemos otra vez.

martes, 12 de agosto de 2008

Apenas leas esto, sabrás que ya no existo...


Apenas leas esto, sabrás que me he ido, tal vez para siempre, no se decir. Tú sabes cuanto lo intenté, lo intenté infinito, pero no fue suficiente. Dios también descansa, sábados, o domingos, ahora no importa.
Pero mi huida no ha sido planeada, todo ha sido tan repentino que apenas he tenido tiempo de garabatear esto en la invitación a la boda de tu hermana con tu lápiz labial, perdón. No me verás de nuevo, no es prudente ni posible. El tren que cogeré lleva al olvido, el mejor lugar al que puede aspirar un alma paria.
Tu felicidad es una posibilidad que deseo, pero no espero. Seguramente no seré tan difícil de olvidar, pero será una grave dificultad el que tú sonrías, siempre lo fue. Es uno de los motivos de mi partida.
Apenas leas esto, seguramente ya no existiré, espero que llores un poco por mí, procura que sean tan solo las lágrimas que merezca. Discúlpame con tu hermana por faltar a sus nupcias, él no es el indicado, todos lo sabemos, pero nadie se atreve a decírselo.
He descubierto lo que me haz negado en la vida, el poder de la imprudencia, la insana delicia de faltar a la sesión con el psiquiatra, el deshonor del insulto al embajador, la tentación de apretar la nalga de la cuñada, el gozo de la elegante impuntualidad a la reunión laboral. Y solo ahora he de llevar a la práctica una de mis más placenteras experiencias. La ausencia absoluta. El abandono, la transparencia del ser, la vacuidad de mi sillón en la sala y mi lugar vacío en la mesa. La cama demasiado grande por las noches. Hasta que encuentres cómo llenarlo, o con quién.
El lápiz labial se termina, y en la estación espera el tren, con su ominoso silbato.
No te extrañaré puta.