domingo, 26 de septiembre de 2010

El frío tren de las cenizas


Aquel día el tren se había retrasado, en mi portafolios se reflejaba el frío de mi vida interna. –“Mi invierno más frío que recuerdo fue un verano junto a una playa tropical”– recordaba hacia mis adentros mientras golpeteaba con mi pié en el pulido suelo de la estación. El divorcio no me había pegado bien, supongo que no lo hace con nadie, amenos que el dinero sea tu interés. Ella se lo llevó todo, lo preferí así. El aire acondicionado no hacía mucho por aliviar mi bochorno. El portafolio, en cambio, se sentía frío, álgido incluso para alguien acostumbrado a desayunar whiskey y bañarse con agua helada (el calentador del apartamento no funcionaba).

Finalmente, como dicen, se vio una luz al final del túnel y un sonido estruendoso de fierros friccionándose le acompañó, el tren subterráneo llegó unos minutos tarde. El olor de la gente que baja y sube al transporte atestó mi nariz. Caminé a empujones y codazos entre los otros usuarios hasta que logré ubicarme casi a la mitad del vagón central, en el ombligo de todo, en medio del universo. A la mitad de mi vida, en el aniversario de bodas, de nuestra boda. ¿Ella lo recordará? ¿Ella lo sentirá como yo lo siento? ¿Estará pensando en mí? Mis dientes se tensaron, no pude evitarlo. El dolor de mis recuerdos era demasiado.

Tres estaciones pasaron antes de darme cuenta. Ya solo faltaba una. El mango del maletín enfriaba mis dedos. ¿Es el metal? ¿Es el sudor helado que brota por mis poros? ¿Es ese atormentador miedo a morir que creía superado?

Era la hora, una mujer en el altavoz anunció mi estación con cantarina e ininteligible voz. Quité los seguros del portafolio y dejé al descubierto el mecanismo de detonación.

–Hubo fuego, hubo humo, cuerpos carbonizados, metales retorcidos al ojo vivo, la luz del sol calentó el aire, pero todos en aquel instante estuvieron de a cuerdo en que aquel fue el momento más frío que recuerdan. Durante horas nevaron cenizas–

Blood Wings


El suelo se cubrió con tu sangre, esta formó una insólita figura desplegada majestuosamente en el asfalto, y ahí en su centro simétrico tu silueta ensangrentada, tus manos aún tibias, tu mirada opaca, eras un serafín que cayó de las alturas; rascacielos bañados con la luz ámbar del atardecer.

Fuiste un ángel que se suicidó.

lunes, 6 de septiembre de 2010

Niña de porcelana


Recuerdo sus livianas miradas, y el sabor de sus porqués lanzados al aire, cual avioncitos de papel. Era solo una niña, de espíritu libre, hambrienta de respuestas, insaciable, curiosa. Recuerdo el sabor de sus besos, sus risas inocentes entre las sábanas. Era todo un juego, era solo un teatro de marionetas para ella. Y su piel de porcelana, de frágil porcelana, de tibia ingenuidad, surcada por los callos de mis manos, la aspereza de mi barba, los pliegues de mi cuerpo marchito que ella llenaba de vida.
Se sentaba en el columpio y me presumía sus saltos, se imaginaba salir volando, para perseguir libélulas entre las nubes. O haciéndose chiquita para meterse entre los rosales y montarse en las espinas jugando con las catarinas. Y yo extasiado la contemplaba, amando sus juegos, acariciando su pelo cuando se acurrucaba en mi regazo y me preguntaba sobre el azul del cielo, sobre el blanco de mis sienes, sobre aquel su primer día catamenial. Ella me amaba, o amaba el que tuviese respuestas para todas sus preguntas. Se que me quería, me llamaba a su cama en las noches, me suplicaba que jugara con ella entre las sábanas, ese juego que era su favorito.
Yo la recuerdo con cariño, como se recuerda a un primer amor, dulcísimo y doloroso cuando el final llega. Y llegó. Nada pude hacer para impedir que la alejaran de mí, que me despojaran de ese amor infantil. Fui un niño a su lado, y ella una amante maravillosa junto a mí. No era algo carnal, no era una perversión ni la suciedad que aquellos querían hacerlo parecer. La amaba de la manera más sublime y sacra que se pueda imaginar. Y ella a mí. Fui el calor para sus noches frías, el confidente para sus imaginativas ocurrencias, la mano con la que siempre pudo contar, la persona más importante.
Los años han pasado desde aquellos días en el columpio. Las arrugas se han apoderado de mi rostro, y la plata de mi cabellera. Recuerdo con nostalgia sus risas infantiles, sus abrazos cariñosos, los juegos que inventaba en el jardín, su piel, su frágil piel de porcelana, la suavidad de sus labios, las burbujas de jabón flotando en el comedor, ella parada de cabeza en el sofá, el chocolate en mi pantalón, la simpleza de su pensamiento combinada con la fascinante complejidad de su imaginación, y ese, su juego favorito.
Hoy vino a visitarme, hoy ya es mayor, dice estudiar la universidad y estar comprometida. La vi como una niña todavía con esa su eterna piel suave de porcelana. Su aroma no ha cambiado mucho, oculto entre el perfume de rosas que la sahúma. Es inteligente, siempre lo ha sido, una artista de las ocurrencias. Me sonríe con cariño (¿dónde está el apasionado amor que me tenía, es que solo cariño queda de ello?) me da sus buenos deseos y se despide. No escucha cuando le digo que la he extrañado, una solitaria lágrima recorre mi rostro.
Se que es feliz pero ya no es mía. Mi niña, lanzando sus dulces porqués como avioncitos de papel, es ya tan mayor como para buscar sus propias respuestas. La se perdida de mis manos, cuyos callos claman por la suavidad y el candor de su piel. Alguien más juega con ella entre las sábanas, su juego favorito. Ya soy un recuerdo solamente, una etapa superada. Una sombra en una celda, el mártir del amor prohibido.