miércoles, 11 de diciembre de 2013

Animales Heridos

Es de noche, una noche muy lejana en el tiempo. Hay un aroma, tal vez una sensación conocida, -demasiado conocida-, flota en el aire, es el preludio de un encuentro. Me quedo parado en mitad de la noche, una noche iluminada artificialmente, la luz amarillenta de los faros y la música que destilan los antros cercanos me arrancan recuerdos no tan agradables. Creo que estaba pensando en ella cuando apareció, tal vez fue una invocación infernal, o quizá celestial, de un alma perdida. Su voz, esa voz infantil y sugerente, me extirpó un suspiro involuntario (quizá la sorpresa, quizá el miedo, probablemente el anhelo). Cuando la descubrí estaba indefensa, era una niña sin hogar en el límite del precipicio. No podía actuar diferente de cómo lo hice. Le ofrecí mis brazos cual ala bajo la cual refugiarse, la estreché entre mis plumas.
—Vámonos —suspiró. Yo la guié por entre los callejones, alejándola del peligro hipotético de las multitudes. Anduve a su velocidad de animal herido por un rato, regocijándome en su aroma, enredando mis dedos en su cabellera.
La noche exudaba rabiosa sus vapores. Tal vez cruzamos pocas palabras, tal vez no paramos de hablar en todo el camino (¿hacia donde?), o quizá solo estuvimos en silencio, no puedo recordarlo. Un restaurante de comida oriental pareció el lugar adecuado para detener nuestro andar vagabundo. Me miró, yo me perdí en el laberinto de sus pupilas, quise no sonreír, no lo logré, ella sonrió también (¿con migo, de mí?). Charlamos, ¿de qué? No puedo acordarme, probablemente de nada, quizá trivialidades, solo recuerdo sus delicados movimientos de mariposa en frasco de cristal, su piel descolorida, su perfume de nostalgia, aquellos ojos profundos a punto de lágrimas. La abracé, y ella correspondió, mi corazón con su fuerte palpitar quedaba a la altura de su oído, se acurrucó en mi pecho para escuchar con más atención, la música de mis latidos, la sinfonía de la noche ardiente. El calor de sus lágrimas escurrió por mi camisa. ¿Lloraba? ¿Por qué? Me dolía reflejarme en el agua de su mirada, como la superficie quieta de un lago al dejar caer un guijarro.
—Son tonterías —me dijo, sonrió y enjugó sus lágrimas con el pálido dorso de su mano.
—Si lo son, nos reiremos juntos —le sugerí.
—Es nostalgia, solo eso —salieron de sus labios las palabras y se quedaron en mí como el rocío en la seda de la araña. Le acaricié el rostro, o solo creí hacerlo. Se sentía en su piel una extraña sensación, la del calor de la noche estival que contrastaba con el invierno eterno en su interior.
Pensé en abrazarla, en acogerla entre mis alas de ave de mal agüero, en rodear su espalda con mi calor de infierno, pero ella lo hizo primero, se derrumbó entre mis brazos inflamados, y el frío de su piel volvió tibia mi sangre.

“Solo es nostalgia”