jueves, 8 de abril de 2010

El hombre del faro


Un hombre con muchos problemas y pocas razones para sentir entusiasmo mira lanza una impasible mirada al ventanal del balcón. Ve un atardecer entre montañas y el mar. Las nubes se arremolinan en extraordinarias figuras grumosas y espesas que parecen incendiarse con la luz del crepúsculo. En las aguas oceánicas el fuego del sol se refleja en destellos de intenso anaranjado, parece arder el agua. Las montañas son bañadas por la magnífica luz del atardecer, los montes y despeñaderos resplandecen con las flamas de la estrella moribunda que poco a poco va buscando su camino hacia el horizonte. Hay aves que surcan los rojizos y refulgentes cielos formando una gran y perfecta “V”. En la mirada del hombre existe un profundo sentimiento de decepción.

—No es tan bello —afirma para sí. Martilla el arma, la coloca en su sien y jala el gatillo. El cuerpo cae al suelo, el escarlata de la sangre mancha el vidrio del ventanal y se derrama en el suelo. El cadáver es bañado con la esplendente luz crepuscular.