miércoles, 16 de noviembre de 2011

Ligeros errores

-Me siento mal
-Oh, es normal, es por el cianuro que puse en tu copa
-¡¿Cianuro?!
-Oh, perdón, ¿dije cianuro? quería decir arcénico

martes, 1 de noviembre de 2011

Encuentro y despedida... entre espinas


Las últimas tres horas la he estado esperando. La verdad es que ya no estoy seguro de lo que espero. Una mirada suya, una palabra de sus labios, una caricia de sus dedos ásperos, o simplemente que esté aquí.
Mi espera se vuelve cada vez más eterna, o solo cada vez más irritante. Se me escapan las palabras y los pensamientos. Se vuelan los segundos con alas de murciélagos disueltos en  el humo de mi tabaco (el último de la cajetilla). Y ella sigue sin aparecer. En algún lugar cerca de nada que se parezca a mi hogar. El ruido de la calle se mezcla con la idea de su persistente ausencia.
Una hoja de papel es arrastrada por un remolino. Es un volante sobre una clínica clandestina en la que se practican abortos. Y yo la veo danzar con la música que esta noche fría interpreta. La sigo con la mirada, dando vueltas y vueltas. Su coreografía me hipnotiza. Ralentiza su caótico vuelo y cae, abandonada por el viento. Cerca una mano la recoge, es su mano. Le echa una ojeada y la coloca en un contenedor cercano. Hay en su mirada un dejo de ausencia. Hay algo que ha perdido camino hacia acá. Me mira a los ojos esporádicamente. Evita mi vista. El suelo es un mejor sitio al cual mirar. Le duele verme.
La saludo con un hilo de voz. Por más que intenté sonar potente, me ha sido imposible. Repito el saludo luego de aclarar mi garganta con un disimulado carraspeo. Esta vez mi voz es más clara. Disimula su estremecimiento. Me dirige una sonrisa (no, esa sonrisa no es para mí, sino para el suelo, para el frío concreto bajo mis pies). Hay algo que la ha abandonado. Algo difícil de saber. Difícil de apreciar.
Me acerco para abrazarla. “No” me dice. “Ya no”. Es eso, ahora lo sé. Soy yo. He abandonado su mente, he sido expulsado de su cuerpo, de su vida, de su corazón. El frío penetra mi carne. Ella habla. Habla de esto que ya no siente, de esta amarga epifanía que ha tenido en la que ya no aparezco en su vida. De cómo le duele saberme expulsado de su vida, pero que sabe que es lo que necesita ahora. Una lágrima se enfría en su mejilla. Su mirada se posa entonces en mí, finalmente. Pero ahora percibo esa vacuidad que mi ser le ha dejado. Es honda y duele. Me dedica una sonrisa. Me ahogo en su mirada acuosa. Dice “adiós”.
Me deja. Hay un agujero en mi pecho que va haciéndose más y más profundo mientras ella se aleja. La veo irse.
Mientras se aleja, intento convencerme de que ha sido lo mejor, de que todo tenía que pasar, de que estaré bien dentro de poco. Me intento convencer de otras mentiras más, luego solo me dedico a sentir su ausencia. Respiro.
“Te quiero”, susurro para mí mismo, con la duda de si miento con estas palabras. Con la duda de si antes mentí. La colilla cae al suelo y la ceniza salta roja de furia contenida.
Mi voz se pierde pronto en el silencio nocturno. Doy media vuelta y me alejo de todo.