viernes, 24 de diciembre de 2010

Malos motivos para volverse abstemio


Llega al súper con cierto aire de suficiencia. Se dirige inmediatamente a la caja y con una voz sedosa y una sonrisa de comercial se dirige a la guapa cajera.
—Dame unos marlboros.
Ella no pierde la compostura, lee las intenciones de este pretencioso hombre en sus movimientos y miradas, sin perder la sonrisa se da vuelta y la toma del estante, pasa el paquete por la registradora y le cobra al sujeto. Justo cuando este parece irse se da media vuelta y le mira con una centelleante sonrisa:
—Disculpa, no sé si sea apropiado, pero, ¿puedo invitarte a salir cuando termines tu turno? Yo…
—Lo siento, no salgo con fumadores —se apresura a contestar ella ensanchando la sonrisa de su claro rostro.
—Pero qué gran coincidencia —se ilumina el rostro de tan pretencioso tipo y mete su mano en el bolsillo para extraer sus recién comprados cigarros para luego ponerlos en el basurero ante la mirada atónita de la joven mientras agrega:— justo hoy acabo de dejarlo, entonces, ¿paso por aquí a las tres?

domingo, 26 de septiembre de 2010

El frío tren de las cenizas


Aquel día el tren se había retrasado, en mi portafolios se reflejaba el frío de mi vida interna. –“Mi invierno más frío que recuerdo fue un verano junto a una playa tropical”– recordaba hacia mis adentros mientras golpeteaba con mi pié en el pulido suelo de la estación. El divorcio no me había pegado bien, supongo que no lo hace con nadie, amenos que el dinero sea tu interés. Ella se lo llevó todo, lo preferí así. El aire acondicionado no hacía mucho por aliviar mi bochorno. El portafolio, en cambio, se sentía frío, álgido incluso para alguien acostumbrado a desayunar whiskey y bañarse con agua helada (el calentador del apartamento no funcionaba).

Finalmente, como dicen, se vio una luz al final del túnel y un sonido estruendoso de fierros friccionándose le acompañó, el tren subterráneo llegó unos minutos tarde. El olor de la gente que baja y sube al transporte atestó mi nariz. Caminé a empujones y codazos entre los otros usuarios hasta que logré ubicarme casi a la mitad del vagón central, en el ombligo de todo, en medio del universo. A la mitad de mi vida, en el aniversario de bodas, de nuestra boda. ¿Ella lo recordará? ¿Ella lo sentirá como yo lo siento? ¿Estará pensando en mí? Mis dientes se tensaron, no pude evitarlo. El dolor de mis recuerdos era demasiado.

Tres estaciones pasaron antes de darme cuenta. Ya solo faltaba una. El mango del maletín enfriaba mis dedos. ¿Es el metal? ¿Es el sudor helado que brota por mis poros? ¿Es ese atormentador miedo a morir que creía superado?

Era la hora, una mujer en el altavoz anunció mi estación con cantarina e ininteligible voz. Quité los seguros del portafolio y dejé al descubierto el mecanismo de detonación.

–Hubo fuego, hubo humo, cuerpos carbonizados, metales retorcidos al ojo vivo, la luz del sol calentó el aire, pero todos en aquel instante estuvieron de a cuerdo en que aquel fue el momento más frío que recuerdan. Durante horas nevaron cenizas–

Blood Wings


El suelo se cubrió con tu sangre, esta formó una insólita figura desplegada majestuosamente en el asfalto, y ahí en su centro simétrico tu silueta ensangrentada, tus manos aún tibias, tu mirada opaca, eras un serafín que cayó de las alturas; rascacielos bañados con la luz ámbar del atardecer.

Fuiste un ángel que se suicidó.

lunes, 6 de septiembre de 2010

Niña de porcelana


Recuerdo sus livianas miradas, y el sabor de sus porqués lanzados al aire, cual avioncitos de papel. Era solo una niña, de espíritu libre, hambrienta de respuestas, insaciable, curiosa. Recuerdo el sabor de sus besos, sus risas inocentes entre las sábanas. Era todo un juego, era solo un teatro de marionetas para ella. Y su piel de porcelana, de frágil porcelana, de tibia ingenuidad, surcada por los callos de mis manos, la aspereza de mi barba, los pliegues de mi cuerpo marchito que ella llenaba de vida.
Se sentaba en el columpio y me presumía sus saltos, se imaginaba salir volando, para perseguir libélulas entre las nubes. O haciéndose chiquita para meterse entre los rosales y montarse en las espinas jugando con las catarinas. Y yo extasiado la contemplaba, amando sus juegos, acariciando su pelo cuando se acurrucaba en mi regazo y me preguntaba sobre el azul del cielo, sobre el blanco de mis sienes, sobre aquel su primer día catamenial. Ella me amaba, o amaba el que tuviese respuestas para todas sus preguntas. Se que me quería, me llamaba a su cama en las noches, me suplicaba que jugara con ella entre las sábanas, ese juego que era su favorito.
Yo la recuerdo con cariño, como se recuerda a un primer amor, dulcísimo y doloroso cuando el final llega. Y llegó. Nada pude hacer para impedir que la alejaran de mí, que me despojaran de ese amor infantil. Fui un niño a su lado, y ella una amante maravillosa junto a mí. No era algo carnal, no era una perversión ni la suciedad que aquellos querían hacerlo parecer. La amaba de la manera más sublime y sacra que se pueda imaginar. Y ella a mí. Fui el calor para sus noches frías, el confidente para sus imaginativas ocurrencias, la mano con la que siempre pudo contar, la persona más importante.
Los años han pasado desde aquellos días en el columpio. Las arrugas se han apoderado de mi rostro, y la plata de mi cabellera. Recuerdo con nostalgia sus risas infantiles, sus abrazos cariñosos, los juegos que inventaba en el jardín, su piel, su frágil piel de porcelana, la suavidad de sus labios, las burbujas de jabón flotando en el comedor, ella parada de cabeza en el sofá, el chocolate en mi pantalón, la simpleza de su pensamiento combinada con la fascinante complejidad de su imaginación, y ese, su juego favorito.
Hoy vino a visitarme, hoy ya es mayor, dice estudiar la universidad y estar comprometida. La vi como una niña todavía con esa su eterna piel suave de porcelana. Su aroma no ha cambiado mucho, oculto entre el perfume de rosas que la sahúma. Es inteligente, siempre lo ha sido, una artista de las ocurrencias. Me sonríe con cariño (¿dónde está el apasionado amor que me tenía, es que solo cariño queda de ello?) me da sus buenos deseos y se despide. No escucha cuando le digo que la he extrañado, una solitaria lágrima recorre mi rostro.
Se que es feliz pero ya no es mía. Mi niña, lanzando sus dulces porqués como avioncitos de papel, es ya tan mayor como para buscar sus propias respuestas. La se perdida de mis manos, cuyos callos claman por la suavidad y el candor de su piel. Alguien más juega con ella entre las sábanas, su juego favorito. Ya soy un recuerdo solamente, una etapa superada. Una sombra en una celda, el mártir del amor prohibido.

sábado, 19 de junio de 2010

RING... RING...

—Está usted llamando a la línea de atención al cliente de (nombre de compañía de telefonía móvil), le atiende Susana, ¿en qué puedo servirle?

—Ah, disculpe, creí que llamaba a la línea de atención a suicidas, me equivoqué otra vez… adiós…

¡BANG!

bi… bi… bi… bi…

jueves, 8 de abril de 2010

El hombre del faro


Un hombre con muchos problemas y pocas razones para sentir entusiasmo mira lanza una impasible mirada al ventanal del balcón. Ve un atardecer entre montañas y el mar. Las nubes se arremolinan en extraordinarias figuras grumosas y espesas que parecen incendiarse con la luz del crepúsculo. En las aguas oceánicas el fuego del sol se refleja en destellos de intenso anaranjado, parece arder el agua. Las montañas son bañadas por la magnífica luz del atardecer, los montes y despeñaderos resplandecen con las flamas de la estrella moribunda que poco a poco va buscando su camino hacia el horizonte. Hay aves que surcan los rojizos y refulgentes cielos formando una gran y perfecta “V”. En la mirada del hombre existe un profundo sentimiento de decepción.

—No es tan bello —afirma para sí. Martilla el arma, la coloca en su sien y jala el gatillo. El cuerpo cae al suelo, el escarlata de la sangre mancha el vidrio del ventanal y se derrama en el suelo. El cadáver es bañado con la esplendente luz crepuscular.

sábado, 20 de marzo de 2010

Cuéntale al putañero

Ya no te recuerdo. Las cosas eran diferentes, ahora ya no puedo recordarte. Tu rostro es un sueño, una vaga bruma de finales de marzo. Hoy el cielo canta himnos a mi soledad, el sabor del whiskey anega mi paladar y la atmósfera tiene un penetrante hedor a baños sucios y cigarros, y ya no soy capaz de recordarte. Apenas y podría, tomando en cuenta las pieles que frente a mí ejecutan danzas incesantes y licenciosas. Mi vista se distrae de ti en suaves bamboleos de glúteos anónimos. Y vuelan por entre el pilar central de esta que es mi catedral. Se arrastran en verticales precipicios cilíndricos con la sensualidad de una ágil serpiente –salamandras maquilladas.
Ya no te recuerdo. Te fuiste olvidando copa tras copa. Para cuando la diosa egipcia subió al altar de mis rezos amargos, tú no eras más que un sueño, un buen sueño del que una vez desperté. Eras polvo en mi ático o esos billetes en las pataletas de la extranjera que no volveré a ver jamás. Y mientras un purgatorio danza a mi alrededor, hay apenas rastros de cordura. “Mis zapatos están sucios”, surgió el pensamiento involuntariamente, revoloteando en mi realidad, cual voz en off que declara verdades absolutas. Siento como si hubiese sumergido mis manos en el inodoro (tal vez lo hice). Y siento tu voz como el eco de épocas póstumas. Ya no te recuerdo y no puedo recordar tampoco si olvidarte fue mi decisión o solo un reflejo involuntario de mi zozobrada alma. Tal vez esperé bastante, o fuiste tú la paciente y abnegada, la fotografía tan grande en mí que una vez rota cuesta tanto trabajo barrer los trozos, sin viento lo suficientemente fuerte para levantarlos, así que los mojo en whiskey antes de jalar la cadena.
Ella baila tallando sus pieles en mí erección, –palpitaciones fálicas– pero no siento placer alguno. Aún no puedo olvidar que ya no te recuerdo.