jueves, 18 de junio de 2009

Espinas en la garganta




Leí sus labios, con esa forma de decirlo tan áspera que tiene, mi nombre surgió de estos, creí que le lastimó decirlo, sentí como si su garganta fuese a salir dañada por sus palabras. Sílaba tras sílaba, mi nombre se le escapó dos veces más, lastimando su paladar. El andador parecía un hervidero, tantos cuerpos calientes de expresiones glaciales se movían de un lado a otro, chocaron contra nosotros más de una vez, pero no dejamos de vernos, yo esperé a que me dijera algo más, que me diera una razón para no abordar el tren subterráneo, ella solo se mantuvo callada, ocultando sus ojeras tras esos oscuros espejuelos. Rompí el silencio entre nosotros al preguntarle su razón para detenerme, pero de sus pálidos labios no salieron palabras. Estaba a punto de irme, esta vez si lo haría. Bajé la mirada y luego giré la vista “fue suficiente” pensé, ya harto.
“Espera”, sus palabras suenan tan ásperas, su voz es ronca y profunda para ser una jovencita, “por favor”. El altavoz anunció algo ininteligible con esa molesta voz chillona y cantarina característica y después el tren cerró sus puertas y se fue. “Sígueme” dijo. No lo hice, me quedé parado, esperando el siguiente tren. Y como papel lija su voz atentó contra mis oídos de nuevo. Mi nombre se sintió tan punzante esta vez, que lo sentí como una imprecación. Le lancé esa mirada que tanto odiaba la que parecía decir ‘no lo repetiré otra vez, a la siguiente te arrancaré la cabeza’. Selló sus labios y, aunque sus ojos estaban ocultos, detecté súplica en su mirada. Al poco rato se escuchó llegar al tren, lo abordé con mis oidos aún lastimados, ella se quedó callada, con sus manos jugueteando a la altura de su ombligo. Antes de que el metro siguiera avanzando alcancé a ver como ella, ignorando los cientos de anuncios que lo prohíben, encendía un cigarrillo.
Extrañaré su voz áspera cuando me decía que me amaba.