jueves, 24 de abril de 2008

Voluntades moribundas a media luz


- Me gusta cuando haces eso – decía mientras la contemplaba desde la puerta del cuarto. Ella no se había dado cuenta de que había alguien hasta que él habló. ¿Cuánto llevaba ahí? ¿Qué tanto había logrado ver?
- Eres un grosero – gimió después ella terminando de acomodarse las medias - ¿no sabes que se toca antes de entrar en una casa ajena?
- Tengo llaves, lo sabes – su sonrisa era casi malvada.
- Llaves que tienes que regresarme – su voz se volvía firme, irascible, se levantó de la cama, una falda gris tres dedos sobre la rodilla, las medias impecables, pareciera que no, pero a los ojos de él hacía resaltar la belleza de su cuerpo. Mientras seguía en la contemplación de aquellas curvas resaltadas por lo ajustado traje de oficina ella parecía acomodar su expresión para aparentar indignación y molestia, eso es lo que quería que él percibiera, pero la verdad era otra. Ella no quería que le devolviera ninguna llave, ella quería seguirlo viendo, ella era una estúpida enamorada y el solo necesitaba un rato de su cuerpo. - ¿Quieres darme las llaves de una maldita vez?
- No quiero, a menos que me des un beso – no dejaba de mirarle el escote y la curvatura exacta de sus firmes muslos tras la tela de la falda recta.
- Ya te he dado demasiados – protestó como quien regaña a un niño de preescolar que ha comido desmedidos dulces – y cada uno más hiriente que el anterior.
- ¿Y si prometo quitarme las navajas de los labios? – Su cinismo juguetón era cada vez más insoportable por ella – así no te dañaré.
- ¿Que piensas que soy, Héctor? ¿Carne para cada ocasión en que tengas hambre? No soy eso, no puedes venir y pedirme sexo cuando se le antoje a tu pene
- no te pido sexo, solo un beso, nada más que un beso – no dejaba de sonreír, no quitaba la mirada de su escote - ¿eso es mucho pedir?
- No es solo un beso, y lo sabes, una vez que te toque…- se detuvo, respiró hondo, se tapó la boca, sonrío, se reía de su poca fuerza, de lo débil que era y de que sabía que era débil, sus ojos se enrojecieron y una lágrima surgió de cada uno – una vez que te bese, no me detendré, sabes eso, yo lo se, no te aproveches de mi, no seas cruel.
- Solo quiero besarte, solo eso, te prometo que después te daré la llave y no volveré aquí – nunca se percató de las lágrimas de Lidia, él no paraba de mirar la parcial redondez de sus senos que resaltaba del escote, atrapados entre una blusa blanca debajo del saco gris, seguía sonriendo.
Se acercó cautelosamente a ella, despacio, como quien, condenado a la silla eléctrica, camina esposado de pies y manos, ella no se alejó, no tenía fuerzas para hacerlo, las había gastado todas en pedirle a Héctor que se fuera. Pronto ya no tenía fuerza de voluntad, y se dejó besar, despacio y luego con una furia animal. Cinco minutos y los dos se encontraban desnudos en la cama, ella aún llevaba las medias puestas, pero estaban rasgadas, él solo usaba el collar con las placas del ejército que tintineaban constantemente en los movimientos ondulantes que hacía. Suspiros, sudor, gemidos, piel caliente, ella alcanzó el orgasmo mucho antes que él, y lo hizo de nuevo poco después de él. No se movieron de esa posición, no dijeron nada el uno al otro, simplemente se quedaron ahí, inmóviles. La luz del sol se volvía de un tono amielado al atravesar las gruesas cortinas cafés. La madera del mueble tocador y del armario parecía haber intensificado su aroma a pino. Lidia se estaba quedando dormida, lo amaba más de lo que su voluntad podía ser capaz de controlar. Se sentía muy bien extraordinariamente cómoda, abrazada al cuerpo de ese tipo.
- Te dije que no sería solo un beso – dijo ella con una voz exhausta. Se sentía arrepentida, pero complacida, sabía que no había hecho lo correcto, sabía que se había equivocado, pero pronto ya no importó. Lo último que escuchó de él fue una leve risita a modo de respuesta a lo que Lidia había dicho.
Al despertar algunas horas después Héctor ya no estaba, las sábanas aún tenían el aroma de su humedad, de la de ambos, pero a ella no le importaba la suya. No intentó buscarlo, sabía que era inútil. Él se había ido, pero sabía que volvería, siempre lo hacía, tenía llaves. Se acercó al mueble tocador para verse en el espejo, sus rizos revueltos, sus mejillas chapeadas, sus ojos tan verdes como siempre. Y mientras, todavía desnuda, se peinaba mirándose al espejo, pronto dejó de hacerlo, de súbito la certeza de que él ya no vendría se hizo presente, obtuvo su meta, y ahora se había ido, para siempre quizá y no pudo evitar llorar. Las llaves de Héctor estaban en el tocador junto a una nota hecha con lápiz delineador sobre una servilleta: “tal como lo prometí, esta fue la última vez”.

martes, 22 de abril de 2008

El arte de cerrar los ojos







Hay veces, cuando cierro los ojos, que puedo verte. Me llamas desde el balcón de una torre que parece descollar en innominables alturas. Me sonríes con esa dulzura que solo tú puedes presumir, tus labios finos y claros, tus ojos negros, profundos, me pierdo en ellos, tu cuello enhiesto y altivo como la sublime torre desde la cual me llamas, tus oscuros cabellos cayendo como brisa sobre tus hombros. Si, te puedo ver. Magnífica, gobernando ese mágico conglomerado de ducados de oníricas fantasías, tan tirana, tan duquesa, tan emperatriz, tan dictadora, tan princesa. Ni las aves pueden volar tan alto como para acercarse a la sima de la estructura desde la cual me convocas, con excepción de las águilas, arrastrándose por tus territorios, transportando tus deseos para hacerlos cumplir cual omnipotente deidad.
Tan solo basta cerrar los ojos y encontrarte ahí, hilando destinos, moviendo constelaciones, pastoreando estrellas, dirigiendo el tiempo al compás de tu batuta, ordenándole al viento que me arrastre hasta ti, a la luna que haga claro mi camino, al cielo que no me trague vivo, y a la tierra que se aleje de mí. Debo admitirlo, cierro los ojos muy seguido, es mi hábito, mi obsesión, mi adicción.
Amo esos ojos tan abismales en los que puedo sumergirme miles y miles de leguas. El color de tu piel iluminada por la perpetua luna llena que brilla sobre tu torre. El modo en que tus cabellos de ébano caen amorosamente sobre tus hombros. Tus sonrisas, tan finas, tan bellas, tan tuyas.
Y al abrir los ojos, sigues aquí, acostada del otro lado del colchón, boca arriba, con un camisón transparente –puedo ver tus pezones- y sigues bella, pero al natural, sin magia, tan real, tan sin chiste. Tu respiración profunda, tu aroma a canela, tus delgados labios, tu ombligo descubierto ondulante al ritmo de tus suspiros.
¡Suficiente! Cerraré los ojos ahora mismo.

lunes, 21 de abril de 2008

Recuerdos neurales


Mientras una célula en mi cerebro prueba un poco de excitación yo tan solo me complazco en un acto de masturbación. Ella me contempla desde el otro lado de la habitación, me sonríe dulcemente. Una camisa blanca cubre su cuerpo, corrijo, solo mi camisa blanca la cubre. Sus delicados pezones saltan a la vista bajo la evanescente tela. Viene hacia mí, sube a mi lado del colchón y saborea mis jugos genitales, dulce felación. El ritmo es hipnótico y constante.
Las neuronas trabajan con un desenvolvimiento casi cósmico cuando retiro botón por botón esa única prenda. Blanca como mielina, cae al suelo y quedan descubiertos sus casi puntiagudos pechos, de un tamaño moderado, nada despreciable, apetecible. El sabor de esa piel impregna mi paladar. Mis células con media carga genética parecen ser llamadas por un anhelante útero. Respondo al clamor y penetro en su cuerpo. Me recibe sonriente. Ojos cerrados, y labios entreabiertos. Su lengua jugueteando ocasionalmente entre mis dientes. La muerdo despacio, no quiero hacerla sangrar. Las bases neurofisiológicas del orgasmo parecen ser olvidadas cuando este se presenta tan impetuoso, tan intempestivo, tan deseado, codiciado, anhelado, saboreado, sufrido, dolido, cantado, amado, despertado, terminado y otros igualmente inútiles participios mal utilizados para describir ese inexplicable momento. Sigue sonriendo después. Y me mira y le creo, esos ojos de acerina, a veces gris, a veces negra, a veces nada. Caemos, nos recostamos, le creo, me miente, lo se, le creo, me besa, suspiro, actividad electro-química, sonrío, ella con migo, duermo, ella vigila mi sueño, me cree, yo ya no me creo.