jueves, 11 de septiembre de 2008

Fragancias

Esperé a la misma hora de siempre. El sol aún se resistía a nacer por el oriente. Pero no era luz lo que esperaba, no la caricia de una estrella malsana. Esperaba ese aroma, una esencia incomparable. La piel, cruda, rosada, suave, tierna. Se agitaron los vientos al paso de aquella fugaz aparición, apenas unos segundos, unos insignificantes instantes en los que mi nariz se vio envuelta en la fragancia embelesadora de aquella piel. Era como almíbar de rosas, como tierna fruta, durazno intenso. Indiscutiblemente ella. Me encaminé tras aquel camino fragante.
Mis pasos eran torpes, lo han sido siempre, no dejarán de serlo ahora. Pero no podía detenerme. Mi nariz era mi guía y me arrastraba a su merced, con solo un rastro perecedero por pista. Me acercaba con determinación y hasta fiereza, empujando a cuanto cuerpo extraño me topaba – fueron bastantes –. Tropecé, caí estrepitosamente, pero me incorporé aún cuando en el acto perdiera mi bordón y mis gafas. A tientas, con las manos echadas hacia delante como si empujara una pared inconstante, tambaleante, para así poder desplazarme con algo de seguridad.
Lo perdía, perdía el aroma, no debía permitirlo, pero lo perdía. Llegué a lo que parecía una intersección, un cruce de calle en donde los automóviles rugían y expulsaban esos gases característicos, ocultando fugazmente el rastro. Crucé todo lo rápido que podía, solo lograba oír a los coches zumbando a mi alrededor y pitando con furia los agudos cláxones. Crucé tras llevarme las maldiciones de decenas de personas tras de mí.
De súbito, frente a mí, más intenso que nunca, esa esencia invadió mi nariz, con fuerza abrumadora, lo había conseguido, el sabor de la victoria en mi paladar, el aroma del triunfo me inundaba, era ella, con su fragante presencia. No me resistí a tocarla, le tomé lo que creía que era el brazo, suave, pero firme lo sentía. Balbuceé incoherencias sobre cuanto había buscado y añorado conocer a la dueña de aquella fragancia, mis ojos, nublados y fríos se posaron en la nada con dirección al rostro de quien despedía ese maravillosos olor. Le supliqué que me perdonara y que me diera su nombre. Ojalá hubiera enmudecido en aquel instante. Su respuesta mató mi ilusión, no lo que dijo, sino quién lo dijo, como la sierra hace caer al árbol, y cuanto más alto más fuerte. ¡Oh Icaro!
- Me llamo Paloma – sentenció al fin, con una voz grave y varonil, aunque con un acento cantarín y afeminado.

2 comentarios:

Ada Medina. dijo...

AROMAS Y FRAGANCIAS HAN ADORNADO EL MUNDO DE PENSAMIENTOS INSANOS POR EONES DE SIGLOS.LOS MOMENTOS Y LAS IGNORANCIAS DE LOS OLFATOS QUE OBSERVAN,SON EL PRODUCTO DE HOMBRES QUE HAN QUERIDO -pero no han logrado- RECORDAR ESOS AROMAS Y FRAGANCIAS DE HACE EONES DE SIGLOS.

La musa enferma dijo...

y cómo es que no me invitas a designios ehhhh????