Es de noche, una noche muy lejana en el tiempo. Hay un aroma,
tal vez una sensación conocida, -demasiado conocida-, flota en el aire, es el
preludio de un encuentro. Me quedo parado en mitad de la noche, una noche
iluminada artificialmente, la luz amarillenta de los faros y la música que
destilan los antros cercanos me arrancan recuerdos no tan agradables. Creo que
estaba pensando en ella cuando apareció, tal vez fue una invocación infernal, o
quizá celestial, de un alma perdida. Su voz, esa voz infantil y sugerente, me
extirpó un suspiro involuntario (quizá la sorpresa, quizá el miedo,
probablemente el anhelo). Cuando la descubrí estaba indefensa, era una niña sin
hogar en el límite del precipicio. No podía actuar diferente de cómo lo hice.
Le ofrecí mis brazos cual ala bajo la cual refugiarse, la estreché entre mis
plumas.
—Vámonos —suspiró. Yo la guié por entre los callejones,
alejándola del peligro hipotético de las multitudes. Anduve a su velocidad de
animal herido por un rato, regocijándome en su aroma, enredando mis dedos en su
cabellera.

—Son tonterías —me dijo, sonrió y enjugó sus lágrimas con el
pálido dorso de su mano.
—Si lo son, nos reiremos juntos —le sugerí.
—Es nostalgia, solo eso —salieron de sus labios las palabras
y se quedaron en mí como el rocío en la seda de la araña. Le acaricié el
rostro, o solo creí hacerlo. Se sentía en su piel una extraña sensación, la del
calor de la noche estival que contrastaba con el invierno eterno en su
interior.
Pensé en abrazarla, en acogerla entre mis alas de ave de mal
agüero, en rodear su espalda con mi calor de infierno, pero ella lo hizo
primero, se derrumbó entre mis brazos inflamados, y el frío de su piel volvió
tibia mi sangre.
“Solo es nostalgia”